miércoles, 1 de mayo de 2013

Las maravillosas aguas del Liffey

Los tranvías se pasaban unos a otros, llegando, saliendo, sonando. Palabras inútiles. Las cosas siguen igual día tras día, pelotones de policía que salen y entran: tranvías que van y vienen. Esos dos lunáticos dando vueltas por ahí. Dignam acarreado. Mina Purefoy con el vientre hinchado sobre una cama quejándose para que le saquen a tirones un chico. Uno nace cada segundo en alguna parte. Otro muere cada segundo. Desde que le di de comer a los pájaros, cinco minutos. Trescientos se fueron al otro mundo. Otros trescientos nacidos, lavándolos de sangre, todos son lavados en sangre de cordero, berreando, ¡neeeee!
Toda la población de una ciudad desaparece, otra la reemplaza, falleciendo también: otra viniendo, yéndose. Casas, líneas de casas, calles, millas de pavimentos, ladrillos apilados, piedras. Cambiando de manos. Este propietario, aquel. Dicen que el propietario nunca muere. Otro ocupa su lugar cuando le llega el aviso de largar. Compran el lugar con oro y sin embargo todavía tienen todo el oro. Lo estafan en alguna parte. Amontonado en ciudades, gastado edad tras edad. Pirámides en arena. Construido sobre pan y cebollas. Esclavos la muralla china. Babilonia. Quedan grandes piedras. Torres redondas. El resto ripios, suburbios desparramados, edificados a la diabla, las casas hongos de Kerwan, construidas de viento. Refugio para la noche.

jueves, 25 de abril de 2013

Moving Forward

«En una sociedad decadente, el arte, si es veraz, debe también reflejar la decadencia. Y, a menos que quiera quebrantar la fe con su función social, el arte debe mostrar el mundo como algo en continuo cambio. Y ayudar a cambiarlo».


Ernst Fischer

miércoles, 17 de abril de 2013

La vanidad de poseer muchos libros

Por Augusto Monterroso



En la primera página de Moby Dick Ismael observa que cuando Catón se hastió de vivir se suicidó arrojándose sobre su espada, y que cuando a él le sucedía hastiarse, sencillamente tomaba un barco. Yo, en cambio, durante años tomé el camino de las librerías de viejo. Cuando uno empieza a sentir la atracción de esos establecimientos llenos de polvo y penuria espiritual, el placer que proporcionan los libros ha empezado a degenerar en la manía de comprarlos, y ésta a su vez en la vanidad de adquirir algunos raros para asombrar a los amigos o a los simples conocidos.

¿Cómo tiene lugar este proceso? Un día uno está tranquilo leyendo en su casa cuando llega un amigo y le dice: "¡Cuántos libros tienes!". Eso le suena a uno como si el amigo le dijera: "¡Qué inteligente eres!", y el mal está hecho. Lo demás, ya se sabe. Se pone uno a contar los libros por cientos, luego por miles, y a sentirse cada vez más inteligente. Como a medida que pasan los años (a menos que se sea un verdadero infeliz idealista) uno cuenta con más posibilidades económicas, uno ha recorrido más librerías y, naturalmente, uno se ha convertido en escritor, uno posee tal cantidad de libros que ya no sólo eres inteligente: en el fondo eres un genio. Así es la vanidad esta de poseer muchos libros.

Gracias a "El oficio de Sobrevivir".

lunes, 1 de abril de 2013

lunes, 25 de marzo de 2013

Sobre verdad y mentira en sentido extramoral

"¿Qué es una palabra? La reproducción en sonidos de un impulso nervioso. Pero inferir además a partir del impulso nervioso la existencia de una causa fuera de nosotros, es ya el resultado de un uso falso e injustificado del principio de razón. ¡Cómo podríamos decir legítimamente, si la verdad fuese lo único decisivo en la génesis del lenguaje, si el punto de vista de la certeza lo fuese también respecto a las designaciones, cómo, no obstante, podríamos decir legítimamente: la piedra es dura, como si además captásemos lo “duro” de otra manera y no solamente como una excitación completamente subjetiva!"

Friedrich Nietzsche

domingo, 17 de marzo de 2013

El Hombre Mediocre


"Ningún idealismo es respetado. Si un filósofo estudia la verdad, tiene que luchar contra los dogmatistas momificados; si un santo persigue la virtud se astilla contra los prejuicios morales del hombre acomodaticio; si el artista sueña nuevas formas, ritmos o armonías, ciérranle el paso las reglamentaciones oficiales de la belleza; si el enamorado quiere amar escuchando su corazón, se estrella contra las hipocresías del convencionalismo; si un juvenil impulso de energía lleva a inventar, a crear, a regenerar, la vejez conservadora atájale el paso; si alguien, con gesto decisivo, enseña la dignidad, la turba de los serviles le ladra; al que toma el camino de las cumbres, los envidiosos le carcomen la reputación con saña malévola; si el destino llama a un genio, a un santo o a un héroe para reconstituir una raza o un pueblo, las mediocracias tácitamente regimentadas le resisten para encumbrar sus propios arquetipos. Todo idealismo encuentra en esos climas su Tribunal del Santo Oficio."

José Ingenieros

lunes, 25 de febrero de 2013

Libro de los libros


No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero Nombre en el registro de la Luz... La historia es un inmenso texto litúrgico, donde las iotas y los puntos no valen menos que los versículos o capítulos íntegros, pero la importancia de unos y de otros es indeterminable y está profundamente escondida.


Jorge Luis Borges

domingo, 17 de febrero de 2013

Conversaciones

Y es que hay dos maneras de leer un libro: puede considerarse como un continente que remite a un contenido, tras de lo cual es preciso buscar sus significados o incluso, si uno es más perverso o está más corrompido, partir en busca del significante. Y el libro siguiente se considerará como si contuviese al anterior o estuviera contenido en él. Se comentará, se interpretará, se pedirán explicaciones, se escribirá el libro del libro, hasta el infinito. Pero hay otra manera: considerar un libro como una máquina asignificante cuyo único problema es si funciona y cómo funciona, ¿cómo funciona para ti? Si no funciona, si no tiene ningún efecto, prueba a escoger otro libro. Esta otra lectura lo es en intensidad: algo pasa o no pasa. No hay nada que explicar, nada que interpretar, nada que comprender. Es una especie de conexión eléctrica.

Gilles Deleuze

viernes, 1 de febrero de 2013

Sócrates II

"Nunca en mi vida me he concedido reposo en el esfuerzo por aprender, sino que, descuidando lo único que la mayoría cuida —el dinero, el hogar, el ser estratego o caudillo y demás magistraturas, y las conjuraciones y sediciones ciudadanas...— no me metí en las cosas en que no creí que pudiera ser útil ni a vosotros ni a mí mismo, sino que siempre acudí allí donde podía aportar el mayor beneficio, acercándome en privado a cada uno y tratando de convencer a cada uno de vosotros de que se preocupara por sí mismo antes que por sus intereses, a fin de llegar a ser más bueno y más sabio; [por el mejoramiento espiritual] de su ciudad antes que por los bienes materiales de ésta." (Apol., 36b-c.) "Debido a esta tarea, no tuve posibilidad de hacer nada digno de consideración, ni en los asuntos públicos ni en los privados, de manera que vivo en pobreza infinita por servir al Dios." (Ib, 23 b.)

viernes, 25 de enero de 2013

Sócrates

"¡Oh, Sócrates! —dice el sofista—, yo creo que eres justo pero en modo alguno sabio; y me parece que tú mismo lo reconoces al no cobrar retribución alguna por tu conversación. Sin embargo, a nadie entregarías gratuitamente, o por menos de su valor, tu abrigo, tu casa u otra cosa que te pertenezca. Es claro, pues, que si atribuyeras algún valor a tu conversación también por ésta cobrarías una retribución que no fuese inferior a su justo precio. Se te podrá, entonces, llamar justo, ya que no engañas por avidez, pero no sabio, ya que lo que conoces nada vale." "¡Oh, Antifonte! —contesta Sócrates—, nosotros creemos que la hermosura y la sabiduría pueden emplearse igualmente tanto de manera honesta como deshonesta. Si una mujer vende por dinero su belleza a quien se la pide, se la llama prostituta; e, igualmente, a quienes venden su sabiduría por dinero a los que la buscan se los llama sofistas, vale decir «prostitutos». Al contrario, si alguien enseña todo lo bueno que sabe a quienquiera vea bien dispuesto por naturaleza y se convierte en su amigo, creemos que ése cumple con el deber del ciudadano óptimo."

jueves, 17 de enero de 2013

Lugar

"Un minuto de vida en buena salud, vale más que todos los inventos, todas las teorías y todas las reputaciones. Las pretendidas obras maestras de Brueghel el Viejo que conservan los museos de la ciudad y los imponentes monumentos arquitectónicos, no pesan nada en comparación con el sabor de este vino que, en este mismísimo momento, pasa a través de mis labios y se despliega, durante unos segundos, con sensaciones intransferibles y con imágenes fugaces, en la zona clara de mi mente."

Juan José Saer

martes, 1 de enero de 2013

La ira de las diosas

"Durante mucho tiempo he abrigado la opinión de que los antiguos griegos, que en general sabían muy bien lo que hacían, cometieron no obstante un profundo error desde el punto de vista psicológico al atribuir el dominio de las tormentas a Zeus, a quien los romanos llamaban Júpiter. A mi juicio, cuyo valor, desde luego, es relativo, Hera o Juno habrían sido una alternativa mucho más acertada, pues si hay un fenómeno natural que indiscutiblemente pertenece al género femenino es el de las tormentas eléctricas. Existe una especie de incoherencia caprichosa, maliciosa, histérica en estas tormentas que recuerdan de manera insistente a una mujer malhumorada, neurótica, que luego de haber golpeado a su marido con el rodillo de amasar, comienza a arrojar ollas y cacerolas y otros utensilios domésticos al gato, al perro, al loro y a los vecinos. Como una mujer ebria hasta la locura, una tormenta de truenos es a la vez ruidosa, espectacular, irresponsable, frenética, imprevisible, temible y lacrimosa. Como fluyen a raudales las lágrimas cálidas y cegadoras de los ojos de una mujer, del mismo modo cae la lluvia del cielo, furiosa, al parecer eterna, y empapándolo todo. Y luego, en ambos casos, cuando nos hemos resignado a esta aterradora cualidad de interminable del torrente, cesa súbitamente, como si de pronto hubiesen cortado su fuente. Y entonces la impresión de este cese repentino nos agita con más violencia aún que el de la iniciación. Si el lector me exige en este momento que desista de este reaccionario filosofar y me apresure a llevar esta vigorosa narración a un desenlace apropiado, rápido y dramático, una vez más lograré desvirtuar todas las acusaciones de inoportunidad de que me hayan hecho objeto, señalando que fue precisamente en el instante en que el buen McUic utilizó su trillada pero gráfica comparación sobre las almas perdidas cuando la lluvia cesó tan súbita y totalmente como si hubiese intervenido algún encargado de las esclusas".

Michael Burt